Escribir... Una forma de entretenerse como cualuier otra, ¿no te parece?

Bueno pues después de un tiempo bastante largo sin actualizar este blog estoy de vuelta. Los motivos de mi ausencia ya los sabeis los que me seguis en el blog erótico. Tener que compaginar el concurso de blogs en el que he participado con el trabajo y la familia ha sido bastante compliacado así es que al final tuve que optar por entregarme en cuerpo y alma solo a un par de tareas literarias. Ahora que ya estoy un poco más relajada y con algo más de tiempo (no mucho tampoco os vayais a creer)vuelvo a la carga con este espacio.




Hace unas horas estaba leyendo los numerosos suplementos culturales que, con motivo de la celebración del Día del Libro han publicado los periódicos de nuestro país. De todo lo leído hay aspectos con los que, por supuesto, coincido y otros, como no podía ser menos, con los que discrepo. Sin embargo, entre tanta lectura me he encontrado con un par de párrafos gloriosos y que me han llevado a la reflexión.
El artículo íntegro lo podéis encontrar en el suplemento cultural del diario ABC. Yo os dejo aquí esa parte titulada: "Cuando se ligaba leyendo".

"...Es verdad. Hubo un tiempo glorioso en el que los libros, la lectura, el conocimiento y los idiomas provocaron un efecto afrodisíaco en una generación de mujeres sensibles, inteligentes y bellas que hoy tienen entre 40 y 50 años. Y no es que las mujeres menores de 40 ya no sean sensibles, inteligentes y bellas, sino que ahora las mujeres saben que la mayoría de los hombres no pasa del suplemento de deportes y por eso no hay tío que aguante dos rounds de vis-á-vis literario con una tía. Pero en los años 70 no era así, y uno se conmueve al recordarlo.

Yo entré a la Universidad en 1978 y -a punto de cumplir los diecisiete- alcancé a estudiar con las últimas chicas que todavía creían en el «hombre ilustrado». A mi favor estaba que yo leía muchísimo y en contra tenía que todas eran mayores que yo. Pero entonces uno era optimista y cuanto más adulta e inalcanzable era la chica de mis sueños, más densos y enrevesados eran los libros que devoraba en vano, porque nadie me advirtió que una cosa era parecer interesante y otra muy distinta resultar rarísimo.

A fines de los 70 era inimaginable ligar presumiendo de borrico, pues el mínimo exigible a un manganzón en edad de merecer suponía Cien años de soledad, Historias de cronopios y de famas, El arte de amar de Erich Fromm, ciertas nociones de Marx y cualquier película de Fellini. ¿Quién no ha formado parte de algún círculo de estudios durante los años 70? Y es que en los círculos de estudios se ligaba más que en las convivencias, porque las chicas eran la mar de intelectuales y sólo se fijaban en eso:

-¿Sabías que Fulanito tiene una bien gorda?

-Será el Ulises de Joyce.

-Yo creo que es Guerra y paz.

Las chicas de los 70 me hicieron leer El Principito, Juan Salvador Gaviota, El viejo y el mar, Cartas a un joven poeta y todos los pensamientos de Khalil Gilbran, antes de cumplir los 15. Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Eliade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante.

Muchos contemporáneos míos presumen de disfrutar de una segunda juventud al lado de chicas más jóvenes y hermosas. Puede que sean más jóvenes pero no más hermosas, porque las chicas más bonitas siguen siendo las mujeres de mi edad. Las únicas mujeres de las que me he enamorado siempre a través de sus conversaciones, sus ideales y sus reivindicaciones. Las únicas chicas que comparten conmigo melancolías, canciones y lecturas. Gracias a ellas puedo escribir una autobiografía y no una «autoviagrafía», porque ellas me enseñaron a soñar, a vivir y a leer.
Aquellos fueron unos años mágicos, maravillosos y emocionantes, porque la cultura y la belleza eran igual de conmovedoras para las chicas de los 70. Ellas querían saber qué libros leíamos y sus ojos relampagueaban sensuales cuando uno les hablaba de Poe, Jünger, Dumèzil o Lawrence Durrell. Por eso las mujeres que hoy tienen entre 40 y 50 son así de tiernas, fuertes, brillantes, ilustradas y cómplices. Y a mí, que me hechizaron en la juventud, me siguen fascinando en su plenitud".
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