Escribir... Una forma de entretenerse como cualuier otra, ¿no te parece?

Shakespeare69 (Segunda Parte)

"Estás cansada. Te pesan los párpados. No abras los ojos." Estas frases sonaban en su cerebro una y otra vez mientras esperaba el metro de pie en el andén. Decir que tenía sueño a esas horas de la mañana no era nada excepcional. ¿Quién no lo tendría considerando que eran las siete de la mañana de un frío mes de enero?. Miró a su alrededor y observó los rostros de las personas cercanas a ella. Para su satisfacción todas tenían el mismo aspecto somnoliento y una mueca de horror ante la idea de volver al trabajo otra jornada más. - ¿Y si toda esta gente también se ha pasado la noche chateando?- pensó. Después de valorar la idea durante unos segundos no pudo hacer otra cosa que reirse de su ocurrencia. Tal vez esta idea podía ser buena para escribir uno de sus relatos. Una ciudad en la que todos sus seres tienen una doble vida. Durante el día impera en sus vidas la normalidad absoluta mientras que, por la noche, deciden dar rienda suelta a sus pasiones. Cuanto más vueltas le daba al tema más se divertía pensando en el modo en el que relataría la historia. Pero, desde luego, no iba a ponerse a ello ahora. Estaba demasiado cansada porque, probablemente al contrario que el resto de la gente que estaba en ese andén, ella sí que se había pasado toda la noche frente a la pantalla del ordenador.

Por fin llegó el tren y, afortunadamente, pudo coger un asiento junto a la ventana y el sistema de calefacción. Este era uno de los sitios preferidos por aquellas personas que tenían casi una hora de trayecto hasta llegar a su lugar de trabajo. La ventana hacía posible apoyar la cabeza, cuestión que Mar apreciaba porque le permitía ponerse cómoda para leer o escribir de camino al trabajo. Y, estar junto a la calefacción en esta época del año era un auténtico placer teniendo en cuenta que la temperatura en la calle a esas horas de la mañana era de poco más de dos grados. Mar se dejó caer sobre el asiento, colocó el maletín sobre sus muslos y extrajo de él uno de los ejemplares que estaba corrigiendo. Tenía que mantenerse ocupada si no quería quedarse dormida y aparecer en el último pueblo del área metropolitana. Abrió el dossier por la penúltima página que había corregido el día anterior y repasó sus notas. De repente toda la información necesaria acudió a su mente. Aquel trabajo que le habían encargado debía ser un castigo por algo. La historia no sólo estaba mal escrita, sino que el tema era de lo más absurdo que había leído en los últimos tiempos. - Doctores tiene la iglesia- pensó al mismo tiempo que cogía su rotulador y se disponía a fusilar por completo aquella cosa que pretendía llamarse novela.
Cuando a penas había leído dos páginas decidió parar. Sabía que, debido al cansancio, la corrección que estaba haciendo era un tanto injusta. Era consciente de que cuando estuviera más espabilada tendría que revisar todo el trabajo absurdo que en este momento estaba haciendo así es que no tenía sentido continuar. Aún faltaban cuatro paradas para llegar a su despacho y evaluó la posibilidad de bajar en la siguiente y andar hasta llegar a la oficina. Por supuesto, podía quedarse sentada y bajar en la estación de cada día pero, a la vista de su lamentable estado, corría el riesgo de quedarse dormida en cualquier momento. Así es que hizo acopio de valor, se puso de pie, se ajustó el abrigo y esperó a que el tren se detuviera en la siguiente parada.
El aire de la mañana la ayudó bastante a volver al mundo real. Apretó el paso para entrar en calor y, por supuesto, para llegar lo antes posible al despacho y tomarse una enorme dosis de cafeína. Absorta en sus pensamientos, que iban desde la explicación que iba a darle a Ana sobre por qué no había pisado la cama al recuerdo de la extraña conversación que había mantenido con aquel tipo del chat, llegó a la puerta de la editorial antes de lo que imaginaba. A penas respondió al saludo de Marc, el encargado de seguridad del edificio con el que cada mañana intercambiaba las bromas de rigor. Entró en el ascensor, introdujo la tarjeta de identificación que le daba acceso a la planta en la que trabajaba y disfrutó de los últimos instantes de calma. - Concéntrate en el trabajo y deja los temas personales para el regreso a casa- murmuró al tiempo que se abría la puerta del ascensor y enfilaba el pasillo que conducía a su despacho.
Se dejó caer pesadamente en su silla de trabajo y puso la cabeza entre las manos. Presentía que iba a quedarse dormida en cualquier momento y justo entonces, Almudena entró en el despacho con su jovialidad habitual y le puso delante lo que tanto necesitaba: ¡Una enorme taza de café bien cargado y sin azúcar!. Esa mujer se merecía más de lo que le pagaban. - Alguien capaz de conocer tus necesidades antes de verte la cara no tiene precio. Tengo que pedir más sueldo para ella- anotó Mar mentalmente.
- ¿Has pasado toda la noche trabajando, verdad?. Esa novela tuya te va a acabar matando- Aseveró Almudena mirándola directamente a los ojos. Mar reflexionó sobre la respuesta que debería dar. Jamás le había mentido a su asistente pero le parecía algo impropio confesar que se había pasado la noche en un chat. Sabía que internet tenía enganchados a muchos de sus compañeros pero, ella no podía permitírselo. Era consciente de que tanto su trabajo como su persona estaban permanentemente en el punto de mira tanto de sus jefes como de los que querían ocupar su puesto. Así es que decidió mentir a una de las personas que ella consideraba más valiosa en aquel lugar.
- Sí. Para qué nos vamos a engañar. Me desperté de madrugada, no podía dormir, encendí el ordenador y bueno... te puedes imaginar el resto- Mar se sorprendió de la habilidad de su respuesta porque no había nada de falso en lo que acababa de decir. Almudena continuaba mirándola fijamente y, tras varios segundos en silencio, sentenció la conversación. - Pues a ver si duermes más porque estás hecha un asco.- Mar soltó una sonora carcajada que provocó la curiosidad de un grupo de compañeros que estaban conversando en el pasillo. Pero, tras los susurros de rigor, nadie entró en su despacho a preguntar nada.
Hojeó el planning del día que le había dejado Almudena sobre la mesa. Por suerte, la mañana no estaba demasiado cargada. Sólo un par de entrevistas que estaba segura que su eficaz asistente podría aplazar para otro día. Si algo no podía hacer hoy era tener que seleccionar a las dos personas nuevas que iban a estar a su cargo durante los próximos seis meses. Encendió el ordenador y revisó el correo que Almudena ya le había marcado como urgente: Diversas conclusiones sobre las jornadas de trabajo que se habían realizado en Londres, dos propuestas de proyecto literario para el otoño ( lo que significaba trabajo intenso durante el verano), un mail del Director General que reclamaba por la vía urgente un informe sobre los progresos del proyecto en el que estaba trabajando y una invitación para un almuerzo junto al mar procedente nada más y nada menos que de la máxima responsable del grupo editorial rival. Mar releyó el mail deseando que no fuera dirigido a ella y que se hubiera colado en su bandeja de entrada por error. Pero no. El correo y, por lo tanto, la invitación estaba dirigida a ella. No podía imaginar qué querría de ella una mujer como Sara pero, algo en su interior le decía que no podía ser nada bueno. Justo en el mismo instante en el que iba a cerrar el mail, una última línea captó su atención: "Si no puedes asistir al almuerzo seguro que las musas harán posible nuestro encuentro"

CONTINUARÁ

2 Responses so far.

  1. Anónimo says:
    Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
  2. me encanta
    Sigue!!