Escribir... Una forma de entretenerse como cualuier otra, ¿no te parece?

Contra la soledad

Esta mañana me he descubierto llorando en la consulta del psiquiatra….
Pensaba que esto era lo que se hacía cuando al final te decides a visitar a un médico de estas características pero, la verdad, jamás imaginé que yo iba a ser una de esas personas. Me costó mucho admitir que necesitaba la ayuda de un profesional. Siempre he creído que la solución a los problemas reside en uno mismo pero, ¿qué sucede cuando ni si quiera sabes cuál es el problema? Eres consciente de que te encuentras mal. Cada tarea de la rutina diaria se convierte en una carga. Cuando estás al lado de la gente a la que quieres hay algo que te impide disfrutar de ello. En cierto modo, hasta te molestan.
La primera vez que te sucede algo así no le das importancia. Sueles recurrir a expresiones del tipo “estoy muy estresada”, “estoy pasando por un momento duro en el trabajo”. Pero un día, te levantas y te das cuenta de que se te han terminado las excusas. No es posible que el estrés, el trabajo, la familia te tenga sumida en ese estado permanente de tristeza y desespero.
Al principio y, por no dar el brazo a torcer, te automedicas. Empiezas de forma suave probando la medicina natural. Te hinchas a tilas, valerianas y otras mezclas de plantas aromáticas que, ni por asomo, evitan que dejes de sentirte mal. Ni si quiera logras el profundo sueño que todas ellas teóricamente garantizan en las cubiertas de sus envases y, mucho menos, dejar de pensar. Así es que, una tarde, haciendo acopio de valor, te presentas en la consulta del médico de cabecera. Este, por supuesto, te da la receta mágica. Garabatea dos o tres nombres en un papel de color verde con el que te presentas en la farmacia y… ¡sorpresa!... la joven que te atiende te asegura que con lo que te acaban de recetar no te vas a enterar de nada. Llegas a casa, te das una ducha, cenas algo y te diriges casi con reverencia hacia la caja de las pastillas. Una… dos… tres… Esa es la dosis exacta. Te vas a la cama y cuando recobras la conciencia son las nueve de la mañana. “Bien…” piensas. Por lo menos he logrado descansar. Pero, justo en el mismo instante en el que vas a felicitarte por la eficacia de la química y por tu sabia decisión de haber acudido al médico, una losa oprime tu pecho. Te falta el aire, la vida.
Ahora te sientes mucho peor que después de beberte las infusiones porque, después de la química, tus pensamientos están bloqueados, tu capacidad de análisis es mínima y te sumes en otra absurda rutina. Te levantas, pastilla para espabilarte. Te acuestas, pastilla para relajarte. Y así pasan días, semanas, meses… Es cierto que, en un primer momento, te sientes mucho mejor, básicamente porque parece que no tengas pensamientos. Todo va bien… todo funciona hasta que, un día, rompes a llorar. Intentas parar pero te desesperas. Una tristeza muy profunda te invade y no tienes ni idea de dónde ha salido. Los que te quieren intentan consolarte pero tú aún te agobias más porque eres incapaz de explicarles el motivo de tus lágrimas. ¡Qué puñetas vas a explicar!
Al final logras calmarte. Te serenas. Te sientas en la soledad de tu despacho. Repasas el último año de tu vida. Un asco, ¿verdad? Por tu mente circula la posible solución pero te niegas a aceptarla. ¡Yo no necesito un loquero! Pero sabes que sí. Alguien tiene que ayudarte. Una persona totalmente ajena a ti y que sea capaz de ver el problema desde fuera. Te cuesta tomar la decisión pero al final acudes a la consulta de ese hombre. El primer día alucinas un poco porque, al contrario de lo que pensabas, no te dice nada, no te recomienda nada. No has parado de hablar durante cuarenta y cinco minutos pero sales de allí con la sensación de haber hecho el idiota. Sin embargo, a la semana siguiente, regresas a tu cita con él. Realizas tu monólogo particular, le das las gracias, pagas y te vas. Así una semana, otra y otra.
Esta mañana, cuando faltaban poco más de diez minutos para terminar la sesión, me he puesto a llorar. Es curioso porque hablábamos de libros (sí, he logrado que el psiquiatra interactúe en mi soliloquio). Las lágrimas han fluido sin rubor alguno y a partir… el gran berrinche. Él me ha ofrecido la caja de pañuelos de papel que siempre está sobre su mesa. Yo he seguido llorando sin consuelo. Segundos antes de que finalizara mi terapia de hoy le he mirado a lo ojos y de mi boca han salido estas palabras: “Vivo sola así es que voy a divorciarme”. Una amplia sonrisa ha iluminado su rostro. Me he levantado de la silla. Le he dicho que no pienso volver más. He salido a la calle, he llamado al trabajo y me he despedido…
Ahora estoy sentada en un café planificando mi futuro.

Nota: Este relato NO es autobiográfico

2 Responses so far.

  1. mireias32 says:

    Mis disculpas caballero (con eufemismo). Lo tendré en cuenta para futuros relatos. Lamento el susto que esto le haya podido ocasionar. Prometo compensar por ello:)PP

  2. Anita says:

    La verdad es qùe no he podido evitar sobrecogerme lmientras lo leía, al final poes que no es autobiografico, uff, me alegro pro ti de verdad, auqnue no de ja de ser una hiostoria bien real, teniendo en cuanta las miles de personas que tiene que er se en esa situación. A toods nos pasa, supongo, racahs de esas de vacío...