Escribir... Una forma de entretenerse como cualuier otra, ¿no te parece?

Hoy me he dado cuenta de que termina otro mes del año 2006. Es 31 de marzo. Casi sin darme cuenta un pensamiento ha centrado toda mi atención. Sólo he dormido 11 noches en mi casa durante las últimas cinco semanas. No sé si lo primero que he sentido ha sido agotamiento o tristeza. Probablemente haya sido una mezcla de ambas cosas lo que ha hecho que el resto del día se haya convertido en una auténtica mierda. Me he sentado frente al ordenador y he intentado seguir con mi trabajo como cualquier otro día pero, en ningún momento he logrado olvidarme de estas cifras. A media mañana me he descubierto reflexionando sobre las razones que hacen que siga adelante con un trabajo que, aunque me encanta y me llena, tiene mi vida controlada de este modo. He cogido un papel en blanco y lo he dividido en dos. He puesto en práctica un sistema que, desde el principio sabía que iba a traerme problemas. Si. He anotado las razones por las que sigo adelante cada día y las razones por las que no debería seguir. La verdad es que, a juzgar por el folio que tengo delante de mí tengo una maravilla de trabajo y la vida me sonríe. Sin embargo, la única frase que forma parte de la columna de las razones por las que debería irme a mi casa me duele cada vez que la leo: “Mi hijo nunca volverá a tener siete meses”. Sé que la frase es bastante de esas de corte sentimental que tanto odio pero, sinceramente, encierra una gran verdad.
Igual porque estoy cansada o tal vez por la claridad que da el hecho de estar alejada de casa, el caso es que después de leer varias veces la frase en cuestión he encendido el portátil. Mis dedos han volado sobre el teclado. No sé durante cuánto tiempo he estado escribiendo aunque, por la extensión del documento que tengo ante mis ojos en este instante, no he debido tardar más de media hora. Leo la primera frase y no puedo evitar que una sonrisa ilumine mi rostro: “Señor Director General: Por la presente ruego acepte mi dimisión al frente de….” Tecleo la dirección de correo electrónico a la que sé que debo enviar este texto. Todo está listo. Ahora la pregunta es…. ¿Seré capaz de enviarlo?
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Tiene que ser una casualidad, se dijo mientras volvía a leer el mail que ya empezaba a saberse de memoria. - La alusión a las musas tiene que ser alguna gracia de esta pequeña bruja-, murmuró aunque en el fondo no lograba tranquilizarse porque sabia que aquella mujer jamás dejaba nada al azar. Tenía perfectamente estudiado cada paso que daba y, por supuesto, cada palabra que escribía. De hecho era así como se había ganado su reputación actual.
Mar descolgó el teléfono para llamar a Almudena. Seguro que si ella leía la invitiación sabría cómo interpretarla. Muchos de sus compañeros con algún tipo de cargo en la empresa criticaban la relación que ambas mujeres mantenían. Según sus colegas le daba demasiada confianza a una simple secretaria. En más de una ocasión Mar se preguntó si a toda aquella gente nadie le había explicado el valor que tiene una secretaria además de las cien mil razones por las que hay que llevarse bien con ellas. En cualquier caso Mar siempre se había caracterizado por hacer lo que creía más conveniente y siempre le había funcionado. Así es que, pese a las críticas, no pensaba variar su manera de dirigirse a una persona que ella consideraba mucho más útil que algunos de los compañeros con los que le tocaba organizar proyectos y reuniones. Justo en el mismo instante en el que descolgó el auricular y marcó al extensión de su secretaria se dio cuenta de que no podía hablar con ella de esto. Colgó pero Mónica ya había asomado la cabeza por la puerta de su despacho.
- ¿Necesitas algo?- preguntó con su alegría habitual. Mar hecho mano en ese momento de su agilidad mental , cualidad de la que se solía avergonzar bastante pero que le era muy útil en situaciones como esta. - Sí, necesito que me canceles las dos entrevistas que tenía para esta mañana. Hace un par de días me comprometí a revisar una novela y ni la he abierto- respondió con con tanta contundencia que Almudena no tuvo el valor de decir todo lo que estaba pasando por su mente en ese momento. Jamás había comprendido cómo después de una noche de diversión algunas personas eran incapaces de cumplir con sus obligaciones laborales. Su sentido de la responsabilidad y la severidad que imprimía a la vida laboral le impedían comprender esa clase de comportamientos. En cualquier caso no estaba allí para juzgar a nadie y menos a una de las personas a las que más admiraba en aquella empresa. Unos meses atrás habría matado por la oportunidad que su jefa le brindaba a diario cada vez que le revelaba los entresijos de un trabajo que adoraba profundamente. Sin cuestionar nada más, Almudena se limitó a cumplir con el encargo y programó las dos entrevistas para una semana más tarde. Podría haber encontrado un hueco para un par de días después pero, si su jefa le había pedido que cancelara todo y le había puesto una excusa tan absurda como aquella debía de estar metida en algo gordo. Así es que prefirió darle algo más de margen para aclarar lo que fuera que estuviera haciendo y marcó las dos entrevistas en la página del miércoles de la semana siguiente.
Mar caminaba arriba y abajo por su amplio despacho. Estaba agotada y apenas podía pensar en algo más que no fuera una cómoda y cálida cama pero era incapaz de permanecer sentada en la silla por más tiempo. No le preocupaba demasiado quedarse dormida (nadie le iba a pedir explicaciones mientras que los resultados del trimestre fueran buenos) pero se encontraba demasiado cansada y alterada como para obligar a su cuerpo a estar quieto. Durante varios minutos barajó detenidamente las opciones que se presentaban ante ella. Por una parte, la idea de obviar la invitación que acababa de recibir era algo que le apetecía muchísimo. Era consciente de que si no acudía a aquella cita, la gran Sara Puig se iba a encargar personalmente de que su carrera finalizara en aquel mismo instante pero, no podía evitar sentirse tentada ante la idea de dejar plantada a una persona a la que detestaba profundamente ya que representaba todo lo que ella odiaba. Al mismo tiempo algo en su interior la impulsaba a averiguar qué era lo que sabía aquella mujer y si el envío de ese mail con esas palabras concretas había sido algo casual o, por el contrario, había sido escrito de forma absolutamente intencionada. Se acercó a la ventana de su despacho y concentró su mirada en el tráfico que cada día a aquellas horas de la mañana llenaba una de las principales avenidas de acceso a la ciudad. Si todavía fumara y estuviera permitido hacerlo en aquel edificio no hubiera dudado un instante en encenderse un cigarrillo y reflexionar sobre todo aquello. Regresó a su mesa y recorrió con la mirada todas las carpetas que estaban perfectamente ordenadas sobre el escritorio. Proyectos, propuestas y trabajo personal al que debía darle salida de forma urgente. - De momento lo mejor será que me concentre en el trabajo- murmuró al mismo tiempo que intentaba darse ánimos para afrontar otra de las duras semanas del final del trimestre. Se quitó la chaqueta y los zapatos. Cogió la primera de las carpetas de color amarillo y la abrió por la última página. - No está mal- pensó. -Para empezar a ponerme al día sólo tengo que leer 820 folios- Mar no pudo evitar sonreír con cierta tristeza y agotamiento pero, a pesar de las circunstancias que la envolvían aquella mañana, decidió ponerse manos a la obra. Cuando había leído más de diez páginas y, por fin, había logrado apartar de su mente cualquier hecho o referencia que no tuviera que ver con su trabajo, el sonido que anunciaba la entrada de nuevo correo electrónico en su ordenador la sacó de ese estado ideal al que había tardado casi una hora en llegar. Una gran curiosidad se apoderó de ella. En aquel momento ese sentimiento le pareció de lo más absurdo. Jamás se inmutaba ante la llegada del correo por muy importantes que fueran las noticias que estuviera esperando. No entendía a qué se debía ese estado de excitación en el que se encontraba. En cualquier caso estaba demasiado cansada y nerviosa para ponerse a analizar nada. Dio un salto y en tres segundos recorrió el espacio que la separaba del ordenador. Pulsó sobre el icono correspondiente a los mensajes y abrió el único mail que había en la bandeja de "nuevos". Ante ella apareció sólo una frase: "Deja de pensar cosas que tu mente hace tiempo que ha decidido".
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Eva

Hoy me ha llamado Luís. Entre lágrimas y totalmente destrozado me ha contado que Eva le ha dejado. He tratado de calmarle con las mejores palabras que he encontrado. Después de llorar durante casi veinte minutos, al final se ha serenado. A lo largo de dos horas me ha estado explicando todo lo sucedido. Yo he tratado de no escuchar demasiado, hacer oidos sordos a los detalles más íntimos de esa relación. De hecho he deseado decirle que no me explicara nada, que yo no era la persona más indicada para desahogarse en un momento como ese. Pero él ha insistido. Ha desnudado su alma y yo no he tenido valentía para responder. Por fin se ha calmado y ha colgado el teléfono con la promesa de que en un par de días nos veremos. No lo creo. Me he quedado unos minutos sentada en el salón tratando de ordenar mis pensamientos. Entonces ha aparecido: Alta, morena, elegante... ¡Preciosa!. Ha tomado mis mejillas entre sus manos y me ha besado con una pasión que yo ya no recordaba. He querido hablar pero ha vuelto a cubrir mi boca con la suya. Todo el pensamiento se ha desvanecido. Eva es así...
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"Estás cansada. Te pesan los párpados. No abras los ojos." Estas frases sonaban en su cerebro una y otra vez mientras esperaba el metro de pie en el andén. Decir que tenía sueño a esas horas de la mañana no era nada excepcional. ¿Quién no lo tendría considerando que eran las siete de la mañana de un frío mes de enero?. Miró a su alrededor y observó los rostros de las personas cercanas a ella. Para su satisfacción todas tenían el mismo aspecto somnoliento y una mueca de horror ante la idea de volver al trabajo otra jornada más. - ¿Y si toda esta gente también se ha pasado la noche chateando?- pensó. Después de valorar la idea durante unos segundos no pudo hacer otra cosa que reirse de su ocurrencia. Tal vez esta idea podía ser buena para escribir uno de sus relatos. Una ciudad en la que todos sus seres tienen una doble vida. Durante el día impera en sus vidas la normalidad absoluta mientras que, por la noche, deciden dar rienda suelta a sus pasiones. Cuanto más vueltas le daba al tema más se divertía pensando en el modo en el que relataría la historia. Pero, desde luego, no iba a ponerse a ello ahora. Estaba demasiado cansada porque, probablemente al contrario que el resto de la gente que estaba en ese andén, ella sí que se había pasado toda la noche frente a la pantalla del ordenador.

Por fin llegó el tren y, afortunadamente, pudo coger un asiento junto a la ventana y el sistema de calefacción. Este era uno de los sitios preferidos por aquellas personas que tenían casi una hora de trayecto hasta llegar a su lugar de trabajo. La ventana hacía posible apoyar la cabeza, cuestión que Mar apreciaba porque le permitía ponerse cómoda para leer o escribir de camino al trabajo. Y, estar junto a la calefacción en esta época del año era un auténtico placer teniendo en cuenta que la temperatura en la calle a esas horas de la mañana era de poco más de dos grados. Mar se dejó caer sobre el asiento, colocó el maletín sobre sus muslos y extrajo de él uno de los ejemplares que estaba corrigiendo. Tenía que mantenerse ocupada si no quería quedarse dormida y aparecer en el último pueblo del área metropolitana. Abrió el dossier por la penúltima página que había corregido el día anterior y repasó sus notas. De repente toda la información necesaria acudió a su mente. Aquel trabajo que le habían encargado debía ser un castigo por algo. La historia no sólo estaba mal escrita, sino que el tema era de lo más absurdo que había leído en los últimos tiempos. - Doctores tiene la iglesia- pensó al mismo tiempo que cogía su rotulador y se disponía a fusilar por completo aquella cosa que pretendía llamarse novela.
Cuando a penas había leído dos páginas decidió parar. Sabía que, debido al cansancio, la corrección que estaba haciendo era un tanto injusta. Era consciente de que cuando estuviera más espabilada tendría que revisar todo el trabajo absurdo que en este momento estaba haciendo así es que no tenía sentido continuar. Aún faltaban cuatro paradas para llegar a su despacho y evaluó la posibilidad de bajar en la siguiente y andar hasta llegar a la oficina. Por supuesto, podía quedarse sentada y bajar en la estación de cada día pero, a la vista de su lamentable estado, corría el riesgo de quedarse dormida en cualquier momento. Así es que hizo acopio de valor, se puso de pie, se ajustó el abrigo y esperó a que el tren se detuviera en la siguiente parada.
El aire de la mañana la ayudó bastante a volver al mundo real. Apretó el paso para entrar en calor y, por supuesto, para llegar lo antes posible al despacho y tomarse una enorme dosis de cafeína. Absorta en sus pensamientos, que iban desde la explicación que iba a darle a Ana sobre por qué no había pisado la cama al recuerdo de la extraña conversación que había mantenido con aquel tipo del chat, llegó a la puerta de la editorial antes de lo que imaginaba. A penas respondió al saludo de Marc, el encargado de seguridad del edificio con el que cada mañana intercambiaba las bromas de rigor. Entró en el ascensor, introdujo la tarjeta de identificación que le daba acceso a la planta en la que trabajaba y disfrutó de los últimos instantes de calma. - Concéntrate en el trabajo y deja los temas personales para el regreso a casa- murmuró al tiempo que se abría la puerta del ascensor y enfilaba el pasillo que conducía a su despacho.
Se dejó caer pesadamente en su silla de trabajo y puso la cabeza entre las manos. Presentía que iba a quedarse dormida en cualquier momento y justo entonces, Almudena entró en el despacho con su jovialidad habitual y le puso delante lo que tanto necesitaba: ¡Una enorme taza de café bien cargado y sin azúcar!. Esa mujer se merecía más de lo que le pagaban. - Alguien capaz de conocer tus necesidades antes de verte la cara no tiene precio. Tengo que pedir más sueldo para ella- anotó Mar mentalmente.
- ¿Has pasado toda la noche trabajando, verdad?. Esa novela tuya te va a acabar matando- Aseveró Almudena mirándola directamente a los ojos. Mar reflexionó sobre la respuesta que debería dar. Jamás le había mentido a su asistente pero le parecía algo impropio confesar que se había pasado la noche en un chat. Sabía que internet tenía enganchados a muchos de sus compañeros pero, ella no podía permitírselo. Era consciente de que tanto su trabajo como su persona estaban permanentemente en el punto de mira tanto de sus jefes como de los que querían ocupar su puesto. Así es que decidió mentir a una de las personas que ella consideraba más valiosa en aquel lugar.
- Sí. Para qué nos vamos a engañar. Me desperté de madrugada, no podía dormir, encendí el ordenador y bueno... te puedes imaginar el resto- Mar se sorprendió de la habilidad de su respuesta porque no había nada de falso en lo que acababa de decir. Almudena continuaba mirándola fijamente y, tras varios segundos en silencio, sentenció la conversación. - Pues a ver si duermes más porque estás hecha un asco.- Mar soltó una sonora carcajada que provocó la curiosidad de un grupo de compañeros que estaban conversando en el pasillo. Pero, tras los susurros de rigor, nadie entró en su despacho a preguntar nada.
Hojeó el planning del día que le había dejado Almudena sobre la mesa. Por suerte, la mañana no estaba demasiado cargada. Sólo un par de entrevistas que estaba segura que su eficaz asistente podría aplazar para otro día. Si algo no podía hacer hoy era tener que seleccionar a las dos personas nuevas que iban a estar a su cargo durante los próximos seis meses. Encendió el ordenador y revisó el correo que Almudena ya le había marcado como urgente: Diversas conclusiones sobre las jornadas de trabajo que se habían realizado en Londres, dos propuestas de proyecto literario para el otoño ( lo que significaba trabajo intenso durante el verano), un mail del Director General que reclamaba por la vía urgente un informe sobre los progresos del proyecto en el que estaba trabajando y una invitación para un almuerzo junto al mar procedente nada más y nada menos que de la máxima responsable del grupo editorial rival. Mar releyó el mail deseando que no fuera dirigido a ella y que se hubiera colado en su bandeja de entrada por error. Pero no. El correo y, por lo tanto, la invitación estaba dirigida a ella. No podía imaginar qué querría de ella una mujer como Sara pero, algo en su interior le decía que no podía ser nada bueno. Justo en el mismo instante en el que iba a cerrar el mail, una última línea captó su atención: "Si no puedes asistir al almuerzo seguro que las musas harán posible nuestro encuentro"

CONTINUARÁ
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Shakesperare69... (I)

Hacía varios meses que escribía su novela. No se lo había dicho a nadie y guardaba celosamente todos los archivos de texto en una carpeta encriptada en el disco duro del ordenador. Era consciente de que su pareja nunca se atrevería a invadir su intimidad pero, en el fondo, se quedaba mucho más tranquila sabiendo que nadie más tenía acceso a todo lo que estaba creando. Una noche se despertó sobresaltada. Se sentó sobre la cama sin poder recordar qué es lo que la había devuelto a la realidad de ese modo. Intentó calmarse pensando que tal vez habría soñado algo no demasiado agradable. Fue hasta la cocina y se calentó un poco de leche. Poco después se sentó en el salón delante de su ordenador y lo encendió. Estaba demasiado cansada para escribir pero no lo suficiente como para volver de nuevo a la cama. Fue entonces cuando le pasó por la mente la idea de conectarse a internet.
Mar se había jurado hacía ya tres años no volver a pisar un chat de internet en la vida. La sucesión de malas experiencias junto a la adicción al chateo que desarrolló durante mucho tiempo sumió su vida en un auténtico caos. Tras muchos altibajos generados en gran medida por las horas que se pasaba conversando frente a la pantalla del ordenador, perdió a su pareja de entonces y estuvo a punto de perder lo que más le gustaba. Su trabajo. Precisamente, cuando los responsables de la editorial en la que trabajaba la convocaron a una reunión urgente tuvo una mínima idea de lo que estaba sucediendo en su vida. Por fortuna y, a pesar de las horas que desperdiciaba en el chat, su trabajo era bueno, muy bueno. La editorial sabía que sería difícil encontrar a una persona con esa capacidad crítica y olfato para los buenos textos, así que, decidieron concederle una segunda oportunidad, eso sí, alejada de todo aquello que la indujera a volver a las andadas.
- ¿ Por qué no?- Pensó. - Los malos tiempos ya pasaron. Ahora mi vida tiene un nuevo sentido y, por entrar unos minutos a ver lo que se cuece por aquí tampoco me va a pasar nada.-
Pulsó la opción "entrar" y esa ventana que tanto había conocido en otros tiempos se abrió ante ella. Para la ocasión se limitó a buscar canales relacionados con el mundo de la cultura y del conocimiento. En otros tiempos eran frecuentes sus visitas a canales de sexo y pornografía pero, como se acaba de decirse a ella misma, eso ya estaba superado. Al final optó por un canal de corte literario. Después del saludo de rigor, un escueto buenas noches, se quedó absorta en la conversación que se estaba produciendo en ese momento. Dos personas debatían sobre El Quijote y, como suele pasar con los grandes temas culturales, cada uno defendía una postura totalmente opuesta e irreconciliable con la del otro. Aún sabiendo que no se pondrían de acuerdo y que el diálogo probablemente acabaría en el enfrentamiento personal, siguió leyendo sin participar en la conversación. Tras varios minutos de crudo debate llegaron los insultos y con ellos, la crispación general y el desmadre. Justo en el mismo instante en el que Mar se estaba planteando apagar el ordenador, un ser llamado Shakespeare69 empezó a dar su opinión sobre un best seller que la editorial en la que Mar trabajaba acababa de publicar.
Era consciente de que no podía decir lo que realmente pensaba y sabía sobre el libro en cuestión porque, si algo había aprendido de su anterior experiencia en el chat, es que se debe hablar lo menos posible de la vida privada de cada uno. Así se evitan males mayores en el futuro. Así, tratando de ser lo más cautelosa posible, Mar contradijo en varias cuestiones al tipo que terminaba de poner a parir una obra que a ella no le había parecido tan mala cuando tuvo que leerla y corregirla para la editorial. Obviamente el libro, que trataba sobre la vida de un judío en Nueva York que escribía guiones de cine, no pretendía ser obra de referencia de la literatura universal pero, cumplía un importante objetivo que no era otro que el de entretener.
Tras varios minutos de intensa conversación, otras personas se sumaron al debate. Mar perdió la noción del tiempo y se sumergió por completo en la defensa o la crítica de los temas que de conversación que se fueron sucediendo. Obviamente, de las conversaciones en el canal, se fueron derivando otras de carácter más privado aunque sin mayor trascendencia. Casi sin querer se había fijado en el nick con el que acababa de tener tan acalorado e interesante debate. Se preguntó quién sería y dónde trabajaba. Por supuesto no pensaba iniciar una conversación privada con él. Estaba convencida que la magia de este primer instante, la grata sorpresa de haber encontrado a alguien inteligente en el chat después de tantos años, se desvanecería tras las preguntas personales de rigor.
Se levantó de la silla y fue a la cocina a servirse otra taza de café. De regreso al comedor, un parpadeo en la pantalla del ordenador la sorprendió. Pinchó con el ratón sobre la luz naranja y leyó: "shakespeare69 desea hablar con usted". Una sonrisa a medio camino entre la diversión y el triunfo se dibujó en su rostro. Después de dejar pasar un par de minutos, decidió responder:
- Yo no tengo nada que decir aquí que no pueda hacerlo en el general del canal- Pulsó la tecla de envío y esperó respuesta pero, para su sorpresa, no apareció ninguna línea nueva en la pantalla. Continúo su conversación en el chat con otras tres personas pero se le iba la mirada hacia la ventana en la que estaba pendiente una conversación. Pasó un minuto, dos, tres... Nada. Mar pensó que tal vez había sido demasiado dura en su respuesta o, tal vez, el rey de la literatura se había tomado en serio aquello de que ella sólo hablaba en el general del chat. Repasó la lista de usuarios para cerciorarse de que el tipo seguía conectado. Buscó la letra "S" y, efectivamente, el señor shakesperare seguía conectado o, al menos, eso parecía. Iba a esperar un poco más pero, justo en ese momento miró el reloj. ¡¡Las seis de la mañana!! ¿Llevaba cuatro horas en el chat? Eso era imposible. Se levantó y entró en silencio en el dormitorio donde dormía su pareja. Consultó el despertador electrónico. Efectivamente, esa era la hora exacta. Salió del dormitorio y, sin llegar a sentarse tecleó en la ventana del chat: "Ha sido una noche interesante. Ahora debo irme". Varios usuarios se despidieron de ella cordialmente. En el mismo momento en el que iba a cerrar la conexión, la ventana correspondiente a shakespeare se iluminó. Con un rápido movimiento de ratón Mar pulsó sobre ella y leyó: "Seguro que la conversación puede ser aún más interesante si no lo proponemos. Que seas feliz". Mar estaba escribiendo la respuesta cuando oyó el despertador. No había tiempo. Apagó el ordenador y corrió a la ducha.

CONTINUNARÁ...
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Escribiendo, escribiendo... diciendo lo que siento.
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