Escribir... Una forma de entretenerse como cualuier otra, ¿no te parece?

Era la primera vez que nos veíamos, quiero decir que aquella era la primera vez que las dos estábamos una frente a la otra. Durante meses habíamos compartido horas y horas de conversación telefónica y los mails (que por supuesto aún conservo) se habían convertido en la parte más importante de nuestra relación. A simple vista parecíamos dos desconocidas, dos mujeres que se habían encontrado en aquel pub por pura casualidad pero en el fondo compartíamos un gran secreto, conocíamos la profundidad de nuestras almas y nuestras más secretas y oscuras pasiones. El silencio que reinaba entre las dos era casi sagrado pero, a penas nos dimos cuenta que, durante la última media hora ninguna de las dos había pronunciado palabra alguna. Estábamos demasiado absortas y perdidas en nuestras miradas que ardían de deseo pero, sobre todo, estábamos inmersas en nuestro particular, único y exclusivo mundo del placer.
Mis ojos recorrieron su rostro. Durante unos segundos fui capaz de apartar mi mirada de la suya aunque pasé de la cárcel de sus ojos a la prisión de sus labios. Mi mirada se quedó fija en ellos. Un leve movimiento me hizo descender un poco del estado de ensimismamiento en el que me encontraba. Percibí cómo sus labios se movían. Al principio pensé que eran imaginaciones mías o, tal vez, otro de los eróticos efectos que ella causaba en mí. Sin embargo, mientras intentaba convencerme de que ella no había pronunciado palabra alguna, sus labios volvieron a moverse. Lentamente me levanté de la silla en la que llevaba más de tres horas sentada y caminé hasta el fondo del local. Justo a la derecha encontré la puerta que estaba buscando. Entré en el servicio de señoras y cerré la puerta. A continuación subí ligeramente la falda que me había puesto para aquella ocasión, dirigí mis manos hacia mi ropa interior y la deslicé lentamente por mis piernas. Tomé aquella prenda entre mis manos y noté su humedad entre mis dedos. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y el deseo se adueñó de mí por completo.
No recuerdo con claridad dónde escondí la ropa interior (si es que lo hice) hasta que volví a sentarme de nuevo. Cuando llegué a la pequeña mesa que ocupábamos en un lugar nada discreto del pub, ella había cambiado de sitio. Ahora ocupaba la cómoda silla que estaba justo al lado de la mía. Una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro cuando dejé caer mi ropa interior en su regazo. No pronunció palabra alguna pero su mirada lo decía todo. Me senté junto a ella e intenté beber el tercer bourbon de la tarde. Justo en el mismo instante en el que acerqué mis labios al vaso noté una cálida mano sobre el muslo izquierdo. Permanecí inmóvil durante un breve espacio de tiempo, el justo para comprender que ni ella iba a retirar la mano de esa parte de mi cuerpo ni yo deseaba que lo hiciera. Así es que opté por hacer lo único que podía. Aparté la vista del bourbon y la miré directamente a los ojos al tiempo que separaba los muslos el espacio suficiente para que ella me pudiera acariciar tanto como quisiera. Noté cómo su mano, ávida, cálida, ágil, experta subía lentamente hacia el lugar en el que yo deseaba exactamente que estuviera. Pero justo en el mismo instante en el que iba a convertir mi deseo en realidad se detuvo. Yo contuve no era capaz ni de moverme, ni de mirarla y, mucho menos, de articular palabra alguna. Un pensamiento me dominaba. El deseo de compartir con ella cómo me hacía sentir, de qué modo me excitaba era lo único que me importaba. Su mano descendió unos centímetros por mis muslos y yo, absolutamente poseída por el deseo giré suavemente mi cuerpo hacia ella de forma que su mano quedara más próxima de mi sexo. Tras realizar ese movimiento (el justo para colocar mi cuerpo de forma que nadie viera lo que estaba sucediendo tal y como comprendí más tarde) ella retomó aquel juego que me enloquecía. Noté nuevamente sus finos dedos entre mis piernas y, de repente, una oleada de placer invadió todo mi cuerpo. Había colocado dos de sus dedos sobre mi más que húmedo sexo y los deslizaba suavemente por él. Cerré los ojos con fuerza y me contuve lo suficiente para que un más que audible gemido de placer se escapara de mi boca. Cuando pensaba que no sería capaz de aguantar aquellas caricias durante mucho más tiempo ella acercó sus labios a mi oído y me susurró: "Abre los ojos". No me resistí. Los abrí y me encontré directamente con su mirada que me pedía, que me insinuaba pero que también me ordenaba que no contuviera por más tiempo lo que ella también deseaba. Sus dedos siguieron acariciando mi sexo unos segundos más. Noté cómo un cálido hormigueo me recorría todo el cuerpo. Fijé mi mirada en la suya y me entregué por completo al deseo, al placer, en definitiva, a ella. Todavía disfrutando del intenso orgasmo que me acababa de proporcionar pude sentir cómo me susurraba al oído la frase que llegó a significarlo todo para nosotras: "Gracias por este regalo. Gracias por compartirlo conmigo". Intenté responder pero no me fue posible. Sus labios estaban justo encima de los míos y me quedé quieta para saborear y disfrutar de la inmensidad de su alma.

Para "S"
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Anoche, mientras intentaba escribir un capítulo más de la novela que llevo entre manos, una canción que hacía años que no escuchaba empezó a sonar en mi mp3. La verdad es que ni si quiera recordaba que aún guardara una copia del tema en cuestión pero, es obvio que sí. Los primeros compases empezaron a sonar y un intenso escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Recuerdos que tenía archivados en el cuarto oscuro de mi memoria vinieron a mí con tanta claridad que, por un instante sentí que los últimos años de mi vida no habían existido. Era como estar con ella de nuevo. Podía sentir su mirada llena de deseo clavada en mi cuerpo, cómo sus manos acariciaban intensamente mi piel y, durante un par de segundos volví a escuchar su voz, aquel sonido que durante mucho tiempo me transportó a un lugar al que ahora anhelo regresar.
Anoche volviste de nuevo a mí y me alegra comprobar que aún tienes la capacidad de hacerme sentir viva aunque sólo sea en el recuerdo.

Extracto del relato "Memorias de E"
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Voy a escribir el libro que me gustaría leer. No sé si es un buen comienzo pero es el que he escogido. No tengo ni idea de la historia que voy contar, ni de los personajes que voy a crear y a los que, después de doscientas páginas, sé que voy a odiar profundamente por su eterna manía de hacer lo que les viene en gana en vez de lo que yo quiero. Tengo el café sobre la mesa, el folio en blanco que parpadea en la pantalla del ordenador y siento ese cosquilleo en los dedos que me lleva a pensar que tal vez hoy sea capaz de encontrar esa historia… Mi historia….
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Pues sí.. He cambiado el careto del blog. ¿El motivo? Vanidad pura. No iba a desperdiciar esta impresionante foto que mi amigo JM Larumbe me ha hecho dejándola en cualquier carpeta del ordenador. Así es que... gracias por la foto. Divina, como siempre. Y a vosotros que me leis... ¡¡A disfrutarla!!!
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La cosa recuerda a aquella película de José Luís Garci que mi madre me "obligó" a ver cuando tenía la tierna edad de siete años. La única ý poderosa razón que la buena mujer tenía para llevarme a ver algo absolutamente inadecuado para una persona de esa edad (vease inadecuado porque la historia de un escritor que ha ganado un Premio Nobel para una niña de esa edad es igual de interesante que para un adulto recitar de atrás hacia delante los nombres de los 220 Pokemon) era que había ganado un Oscar.
Siempre he alucinado bastante con los criterios de mi madre para hacer las cosas pero, sin duda, este es uno de los que más me fascina. No tenía ni idea de qué se contaba, ni quiénes eran los intérpretes de una historia que, según la mamá, era absolutamente deprimente. Lo que sí que recuerdo perfectamente es que cuando salimos del cine mi madre se me quedó mirando y me dijo: "No te preocupes que, a partir de ahora, sólo veremos cosas en las que haya lujo, elegancia y pasión".... Obviamente nos hicimos adictas a Falcon Crest.
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Miraba a través de la ventana el mar que rodeaba la casa en la que iba a pasar los próximos seis meses. Había llegado la noche anterior a última hora de la noche y apenas había tenido tiempo de deshacer la maleta y de acostumbrarse al que iba a ser su nuevo santuario. Ese lugar que había escogido después de una búsqueda minuciosa de un buen lugar en el que poder escribir su libro. Era consciente de todas las cosas a las que acababa de renunciar por estar allí pero, lo necesitaba. Era lo que debía hacer en ese momento y además, ya no había vuelta atrás. Abrió la ventana y el frío del amanecer golpeó su rostro con intensidad. Era consciente de que el siguiente paso que debía seguir era el de ir a la cocina, prepararse dos litros de café, tal vez algo ligero para comer y sentarse frente al ordenador. A lo largo de los últimos días había hecho un gran ejercicio mental. Sólo debía pensar en su libro. No podía permitirse que nada la distrajera de la labor que tenía entre manos. Se había jurado que, en el mismo instante en el que pisara esa casa, ningún otro pensamiento circularía por su mente. Miró el reloj. Eran las siete de la mañana. Según el estricto planning que había trazado no debía empezar a trabajar hasta las ocho. Una idea acudió con fuerza a su mente. ¿Y si lo hacía por última vez? ¿Por qué no permitirse un último recuerdo antes de emprender aquel camino sin retorno? Respiró hondo. Cerró los ojos…
Unas manos suaves recorrían con ternura su espalda. Al llegar a la altura de la nuca siempre lograban que se estremeciera de aquella forma que la hacía sentir tan especial. No quería abrir los ojos pero sabía que, si los mantenía cerrados, se iba a perder aquellos intensos ojos verdes que tantas veces la habían transportado más allá de cualquier placer que se pudiera explicar. Permaneció inmóvil unos segundos más disfrutando de la calidez de aquellos dedos que ahora se deslizaban sobre sus muslos. Se dio la vuelta y quedó nuevamente presa de aquella mirada. Dejó de pensar. Se limitó sólo a sentir. Acercó el rostro y sus labios encontraron la avidez de aquella boca que tan bien conocía. Paso la lengua lentamente sobre ellos. Notó cómo se erizaba la piel de la mujer con la que había compartido tantas noches de confidencias, de ternura, de pasión, de sexo, de amor…
Siguió besándola sin ninguna prisa como queriendo dejar su recuerdo en cada centímetro de aquellos labios que tanto deseaba. Su lengua se encontró con la de ella y toda la ternura se transformó en pasión. Notó cómo las manos que hasta ahora acariciaban su espalda clavaban sus uñas en la piel. Hizo un gesto de dolor pero enseguida fue consciente del placer que aquello le proporcionaba. Deslizó la lengua por el cuello, por los hombros y encontró aquellos dos pechos que la enloquecían. Abrió los ojos. Miró los pezones suaves, rosados y duros. Una risa divertida iluminó su rostro. Miró a su amante una vez más y comprobó que ella también sonreía. Mientras pensaba cómo actuar, notó nuevamente unas uñas que se clavaban en su espalda. Esto la hizo reaccionar. Se agachó lentamente y colocó los labios sobre uno de los pezones. Sopló suavemente sobre él y comprobó divertida cómo se endurecía aún más. Tenía la boca a escasos milímetros de aquello que ansiaba tanto pero, también sabía que precisamente aquello era lo que ella deseaba y no se lo pensaba dar con tanta facilidad. Volvió a soplar y notó cómo el cuerpo de Marta se movía. Intentaba acercar su pecho a la boca de Eva pero, cuanto más lo intentaba, más se alejaba de ella. Finalmente desistió. Cuando pensaba que jamás obtendría el placer que deseaba notó la tibieza de una lengua, la calidez de unos labios. Todo su cuerpo se estremeció y no pudo contener un sonoro gemido. En ese mismo instante deslizó suavemente su mano hasta colocarla entre los muslos de Eva. Comprobar su excitación la transformó aún más pero escuchar cómo su amante respiraba fue lo que la transformó por completo.
¡Son las ocho!.¡Son las ocho!. El sonido del despertador la sobresaltó. Abrió los ojos. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Las secó lentamente con sus manos. Volvió a respirar profundamente tratando de aislar en sus pulmones todo el aire de aquel otoño que acababa de empezar. Cerró la ventana con fuerza. Caminó hasta el salón. Se sentó en la silla, encendió el ordenador y se puso a escribir…

Para mis amasonas
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“Cosas que tu mente hace tiempo que ha decidido… cosas que tu mente hace tiempo que ha decidido….” Mar repetía en voz alta estas palabras una y otra vez. No intentaba encontrar ningún sentido en la frase. De hecho, nada de lo que le estaba sucediendo durante las últimas horas lo tenía así es que no merecía la pena seguir pensando en cosas que estaban fuera del alcance de su lógica. Se sentó frente al ordenador sin ser consciente en absoluto de lo que estaba haciendo. Pulsó en la opción “responder” y sus dedos corrieron por el teclado adquiriendo vida propia durante varios minutos. Por fin dejó de escribir. Se quedó mirando fijamente la pantalla del ordenador y leyó: “ No tienes ni idea de lo que mi mente hace tiempo que ha decidido porque, si la tuvieras, no estarías enviándome este mail absurdo. Es más. Si realmente pudieras intuir una mínima parte de mis pensamientos, mis deseos y mis anhelos ya habrías anulado todas las citas de tu agenda para proporcionarme el placer más absoluto durante los tres próximos días. Así es que, menos lobos caperucita y, si realmente te intereso, ya sabes lo que tienes que hacer”.
Sin pensárselo dos veces pulsó la tecla de enviar. Se recostó ligeramente en la silla y empezó a reírse de la situación tan surrealista que estaba viviendo. - ¿Por qué me tocan a mí todos los locos? ¿Tengo un imán o algo así para atraerlos? Claro que, a lo mejor el mensaje no es para mí, se han equivocado de dirección y ahora hay algún pobre diablo absolutamente consternado con la bordería que le acabo de ladrar. Pero… ¿y si yo soy la destinataria de esta paranoia? No conozco gente que esté tan colgada o… ¿si? Mira en cualquier caso que le den. Si quiere algo es obvio que ya sabe dónde encontrarme y, por supuesto, lo que me apetece- .
Mar mantenía esta conversación interior cuando sonó el teléfono. Lo dejó sonar varios segundos hasta que se dio cuenta que era Almudena la que la llamaba.
- Tienes a la mismísima Sara Puig en la línea 12. Dice que necesita hablar contigo. Que es muy urgente. ¿Le digo que no estás?
La ocurrencia de Almudena hizo que Mar soltara una sonora carcajada. A decir verdad eso era lo que realmente le apetecía que le respondiera. Sí, que le dijera que no estaba. Hacerla esperar y devolverle la llamada pasados un día o dos. Pero, la cordura que aún le quedaba a pesar de la falta de sueño, le aconsejaba todo lo contrario. Era consciente, por mucho que le molestara, que tenía que hablar con aquella mujer
- No, no. Pásame la llamada pero dame unos segundos. Necesito algo de paracetamol para poder enfrentarme a esa mujer-
- Mientras sólo sea paracetamol- respondió Almudena sin poder contener la risa.
- Mujer yo me tomaría algo más fuerte pero no son horas y, además… ¡Qué ibas a pensar de mí¡-

Mientras pronunciaba estas palabras ya había vertido en el vaso de agua que había sobre la mesa un par de dosis de su medicamento habitual. Se llevó el vaso a los labios y se bebió toda el contenido sin apenas respirar. Comprobó con satisfacción que aquellas pastillas tenían el mismo sabor asqueroso que esperaba. Un escalofrío recorrió su cuerpo. – A ver si ahora te vas a emocionar- murmuró… Se arregló el traje chaqueta, se puso los zapatos y se sentó correctamente sobre la silla de trabajo. Se estaba preparando como si la persona que la esperaba al teléfono fuera a aparecer por su despacho en cualquier momento. – Quién sabe- pensó. – Esta mujer es el mismo diablo. Igual hasta puede ver a través de la línea de teléfono- . Mar no tuvo tiempo para seguir pensando sinsentidos porque en ese mismo instante vio cómo parpadeaba la línea en la que Sara Puig la estaba esperando.
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