Escribir... Una forma de entretenerse como cualuier otra, ¿no te parece?

El desayuno

Me había levantado poco después de las seis. Sabía que durante las vacaciones de verano no era necesario madrugar tanto pero estaba empezando a entender el placer de levantarse temprano hecho que, en otra época, me había calificado de malsano. A esa hora de la mañana apenas existía vida en el Campus y todo estaba en silencio. Me gustaba darme una ducha con agua bien caliente y ponerme un chándal recién lavado. Luego, mientras Aaron aprovechaba los últimos minutos de sueño, cogía la bicicleta y me acercaba hasta el viejo café universitario. Casi siempre encontraba a María en la puerta agitando una pequeña bolsa de papel en la mano en la que, por supuesto, estaba nuestro espléndido desayuno. En ocasiones me paraba unos minutos para preguntarle por su familia o para comentar alguna de las fiestas que se iban a celebrar próximamente. Pero aquella mañana la fina lluvia que caía no invitaba demasiado a la conversación. Regresé a casa y subí al dormitorio. Aaron ya estaba levantado. Abrí el armario y escogí la ropa más adecuada para ir a trabajar. Me quité el chándal que estaba completamente mojado por la lluvia y me empecé a vestir. En ese momento Aaron irrumpió en la habitación con una toalla envuelta sobre la cintura.
- Margaret no entiendo esa manía tuya de ducharte antes de hacer ejercicio. Es ahora cuando necesitas el agua no a las seis de la mañana.
- A ti no te parecerá lógico lo que hago cielo pero estoy cansada de decirte que tres kilómetros en bici para ir a recoger los bollos no son suficientes para hacerme sudar. Además, ¿qué importa cuándo me duche si a mí ya me va bien?- Cerré los ojos en el mismo momento del tono que acababa de emplear. Cuando los abrí me encontré directamente con su mirada. No dijo nada. Simplemente me observó durante unos segundos. En el mismo instante en el que intenté disculparme me cerró los labios con sus dedos, dio media vuelta y salió del dormitorio. Yo me quedé de pie justo delante de la cama sin saber qué hacer. Conocía a Aaron lo suficiente para saber que si intentaba hablar con él en ese momento no sólo no lo conseguiría, sino que empeoraría aún más las cosas. Así es que bajé las escaleras y entré en la cocina para preparar el desayuno. Unos minutos después oí cómo se cerraba la puerta de casa y supe que me enfrentaba a un día más de remordimientos y reproches.

© Extracto de "Sin título..."